“La exactitud del voyeurismo en escena”
Pornodrama II : un esquimal , una significativa reflexión compleja acerca de la imagen pornográfica que habita nuestra cotidianeidad.
[L]a obscenidad quema y consume su objeto. Visto muy de cerca, se ve lo que no se había visto nunca —su sexo, usted no lo ha visto nunca funcionar, ni tan de cerca, ni tampoco en general, afortunadamente para usted. Todo eso es demasiado real, demasiado cercano para ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa. El único fantasma en juego en el porno, si es que hay uno, no es el del sexo, sino el de lo real, y su absorción en otra cosa distinta de lo real, lo hiperreal.
Baudrillard, J, en: De la seducción.
La discrepancia entre pornografía y erotismo aparece develada en la segunda entrega de la trilogía dispuesta por Alejandro Casavalle – reconocido gestor cultural y director teatral -, Pornodrama II - Un Esquimal.
Cuatro personajes desarrollan un complejo enredo en el que se hallan absorbidos por las particulares relaciones inter-personales que establecen a través del sexo como ligazón primordial. El pasado que los une determinará un desenlace esperado en el marco del progreso de las acciones, y el desarrollo que despliega el relato.
El espacio escénico donde la representación se lleva a cabo ha sido cabalmente dispuesto en función del dispositivo escópico que la obra propone: unos sillones blancos organizados en perspectiva demarcan la profundidad del espacio y actúan como marco del objeto exclusivo: la pantalla.
Baudrillard dice, refiriéndose a la imagen publicitaria, que el cuerpo es fetichizado a través de un proceso de erotización donde se fija en él todo aquello que se halla por fuera del falo; precisamente, la sexualidad se reduce, en un ejercicio económico de la libido, al fetichismo, gracias a que el cuerpo ha sido atrapado por una relación donde el deseo coincide con un objeto ubicado en la exigencia erótica. El cuerpo fetichizado produce una gran atracción, además de ser contemplado, tal como lo desarrollara Freud en Introducción al narcisismo. El fetiche se instituye en un objeto de la mirada, mediante un proceso de fijación del deseo que posibilita rehusar la castración.
Así como la imagen publicitaria centra su elección del objeto erótico en signos que estimulan la actividad sexual – John Berger, Baudrillard, y otros autores han trabajado in extenso sobre el tema - , la imagen pornográfica ubica la elección en la genitalización – en zonas erógenas específicas y pregnantes como: los senos, el pene, la vagina, la boca, etc.
La imagen pornográfica posibilita una fuerte relación entre el cuerpo de la representación – un signo al fin – y el espectador que mira, de manera que el sexo queda reducido a las zonas erógenas y el placer, a la contemplación fetichista. Como establece Baudrillard, la imagen se sobre-significa convirtiéndose en un fetiche, haciendo que “todo” se agote en el realismo del cuerpo-signo, es decir, lo porno absorbe toda la “potencia” sígnica al exponer el cuerpo desnudo. La contemplación del voyeur se satisface en la simulación porno porque encuentra allí una saturación sexual que lo excita. Precisamente, esta saturación es la que acerca la experiencia a la hiperrealidad, construida en parte, por el privilegio que se le otorga a la mirada del espectador: los permisos y extensiones entregados a él para su ¿pleno? placer.
En un texto del crítico e historiador Román Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas – donde trabaja los estereotipos y las imágenes pornográficas en el cine -, pueden encontrarse también algunos elementos para la lectura de Pornodrama II. Lo porno se retoza con el “deseo de ver”, y el espectador encuentra un lugar privilegiado en ese sitio que la cámara le proporciona: zooms, primeros planos, encuadres perfectos, planos detalles, son la oportunidad de escarbar entre los cuerpos con la mirada expandida que el propio dispositivo cinematográfico permite, mediante la selectividad del encuadre y el montaje, el texto se propone mostrarlo todo y un poco más. La pornografía se centra en la genitalización porque intenta ser una síntesis artificial del sexo y del erotismo, a través del artilugio del “perecerse a “, es decir, parece que la relación sexual estuviera ocurriendo en el momento, en un eterno presente, en la pantalla sólo ocurre lo que se percibe. Pero también hablamos de artificialidad en el sentido de que todo transcurre en un simulacro de la imagen, una representación de signos, en palabras de Baudrillard: “un voyeurismo de la exactitud”, radicado en la imagen y en el dispositivo cinematográfico, donde todo – y nada - es totalmente mostrado, donde la imagen es tan transparente que el erotismo y la profundidad de un acto íntimo – que hoy es casi revolucionario frente a la intangibilidad capitalista que se ha incrustado en los vínculos interpersonales, más allá de lo que “ellos” llaman “amor” - , quedan velados de modo inexcusable , por una exuberancia de lo transparente.
Como se dijo, la pantalla es fundamental en Pornodrama II: un esquimal, no solo como artificio de la representación, sino también, como objeto preponderante y principio constituyente del desafío que Alejandro Casavalle nos entrega para reflexionar acerca de la pornografía y el erotismo en nuestra contemporaneidad.
Conrado Beretta
Especial para “Los Restos del Naufragio”
Audio de la crítica - Emisión del programa - Sábado 21/06
Sobre propuesta de: Javier Magistris
Asistente Dir. artística: Natalia Fried
Diseño y operación de video: Fernando Camozzi
Escenografía: Estudio DGM Realización escenográfica: Mariano Engel Música original: Enzo Maqueira
Efectos escénicos: Carlos Casavalle y Pedro Di Salvia
Diseño de luces y Arte: Leticia Bobbioni
Vestuario: Andrés Manzur
Coaching grupal: Lic. Alberto Motkoski
Fotografía fija: Agustina Trincavelli
Diseño gráfico: Jimena Balañá
Producción ejecutiva: Cecilia Inés Petrilli y Rosalía Celentano para Tónicas