103.430*
Un ejemplo de la irracionalidad racionalizada.
Espacio TBK. Barrio de La Paternal. Me sumerjo en un espacio teatral intimista. Adecuado –caeré en la cuenta después- a la puesta que veré. Un judío polaco. Así, sin medias tintas, directo. Sin cortapisas. Sin “políticas de corrección”. Es la historia de un hombre. De una persona. La dolorosa historia de Berek Frydman. Contada por él. Contada por la obra. Contada por el público en reacciones espasmódicas, de risas incómodas, de una cotidianeidad molesta. La cotidianeidad de la discriminación, del racismo, del antisemitismo. Total... “El mundo sigue. ¿No?”
No. El mundo no sigue. Se detuvo para siempre para aquellos que han sufrido la irracionalidad, el horror que ninguna obra de arte puede mostrar en su profundidad; tal vez ayudar a la memoria y a concientizar. Pero jamás mostrar en su absoluto.
Espacio íntimo con no más de 25 personas –incluyendo a los actores y equipo asistente-. Vamos a ver situaciones cotidianas. En un permanente intertexto, sobre sí y en interpelación permanente al público. La reflexión del hecho teatral en sí. “¿Esto es un teatro? Se pregunta un personaje que será el nexo permanente entre el público y la obra. Ese personaje que comienza riéndose mientras cuenta chistes racistas y antisemitas. Y se sienta allí, en la platea. Con nosotros/as. ¡Pues claro, si es uno más! Es uno más de nosotros, aunque no lo queramos admitir. Nosotros/as somos parte de esa sociedad. De esta especie que generó –y sigue generando- odios irracionales, matanzas, guerras, por doquier y sin cesar.
Una televisión que reproduce una grabación del verdadero Frydman contando por momentos su historia que a su vez es representada en el espacio. Desafío del que la obra –y los actores- salen airosos. La historia de ese muchacho de trece años cuando los nazis invaden Polonia. El raíd de horror que presenció. El ghetto, Lodz, Auschwitz, Matthausen, Gusen II, la muerte de su padre arrojándose al vacío. Todo relatado por Berek y por el personaje en un tono neutro, pausado. Delirantemente cotidiano. Como los brutales chistes racistas que “mechan” la puesta. El no menos delirante programa televisivo “Hombres de la Historia”, parodiado descarnadamente en una entrevista al hijo Claudio. Poseedor de los retazos de historia contados por su padre Berek. Testigo de sus pesadillas, de sus pesares, de sus dolores, de una parte del horror vivido. Exposición de la mezcla de show y realidad. Obscenidad descarada ante la pantalla negra que muestra el paso del tiempo. El correr de un reloj mientras el recuerdo de Berek no inunda el lugar. ¡Todo sigue igual! Las burlas de la época nazi enmascaradas en esos chistes salvajes. Rupturas en el tiempo con un mismo eje. Horror-violencia-Recuerdo. No es hoy, no es ayer. Es siempre. Es ahora. En ese hombre ignorante y bestial que se ríe sobre las cámaras de gas, sobre el dolor y sufrimiento de millones. Dolor de ayer, dolor de hoy. Dolor de mirar y no ver. “Ver, abarca la totalidad del objeto” recuerda didácticamente, uno de los personajes. Dramaturgia acertada la de Alejandro Mateo sustentada por tres actores sólidos. Sin fisuras. Dolorosamente cotidianos, en clave de barrio porteño. De Buenos Aires de televisión 2008.
Espacio TBK. Barrio de La Paternal. Me sumerjo en un espacio teatral intimista. Adecuado –caeré en la cuenta después- a la puesta que veré. Un judío polaco. Así, sin medias tintas, directo. Sin cortapisas. Sin “políticas de corrección”. Es la historia de un hombre. De una persona. La dolorosa historia de Berek Frydman. Contada por él. Contada por la obra. Contada por el público en reacciones espasmódicas, de risas incómodas, de una cotidianeidad molesta. La cotidianeidad de la discriminación, del racismo, del antisemitismo. Total... “El mundo sigue. ¿No?”
No. El mundo no sigue. Se detuvo para siempre para aquellos que han sufrido la irracionalidad, el horror que ninguna obra de arte puede mostrar en su profundidad; tal vez ayudar a la memoria y a concientizar. Pero jamás mostrar en su absoluto.
Espacio íntimo con no más de 25 personas –incluyendo a los actores y equipo asistente-. Vamos a ver situaciones cotidianas. En un permanente intertexto, sobre sí y en interpelación permanente al público. La reflexión del hecho teatral en sí. “¿Esto es un teatro? Se pregunta un personaje que será el nexo permanente entre el público y la obra. Ese personaje que comienza riéndose mientras cuenta chistes racistas y antisemitas. Y se sienta allí, en la platea. Con nosotros/as. ¡Pues claro, si es uno más! Es uno más de nosotros, aunque no lo queramos admitir. Nosotros/as somos parte de esa sociedad. De esta especie que generó –y sigue generando- odios irracionales, matanzas, guerras, por doquier y sin cesar.
Una televisión que reproduce una grabación del verdadero Frydman contando por momentos su historia que a su vez es representada en el espacio. Desafío del que la obra –y los actores- salen airosos. La historia de ese muchacho de trece años cuando los nazis invaden Polonia. El raíd de horror que presenció. El ghetto, Lodz, Auschwitz, Matthausen, Gusen II, la muerte de su padre arrojándose al vacío. Todo relatado por Berek y por el personaje en un tono neutro, pausado. Delirantemente cotidiano. Como los brutales chistes racistas que “mechan” la puesta. El no menos delirante programa televisivo “Hombres de la Historia”, parodiado descarnadamente en una entrevista al hijo Claudio. Poseedor de los retazos de historia contados por su padre Berek. Testigo de sus pesadillas, de sus pesares, de sus dolores, de una parte del horror vivido. Exposición de la mezcla de show y realidad. Obscenidad descarada ante la pantalla negra que muestra el paso del tiempo. El correr de un reloj mientras el recuerdo de Berek no inunda el lugar. ¡Todo sigue igual! Las burlas de la época nazi enmascaradas en esos chistes salvajes. Rupturas en el tiempo con un mismo eje. Horror-violencia-Recuerdo. No es hoy, no es ayer. Es siempre. Es ahora. En ese hombre ignorante y bestial que se ríe sobre las cámaras de gas, sobre el dolor y sufrimiento de millones. Dolor de ayer, dolor de hoy. Dolor de mirar y no ver. “Ver, abarca la totalidad del objeto” recuerda didácticamente, uno de los personajes. Dramaturgia acertada la de Alejandro Mateo sustentada por tres actores sólidos. Sin fisuras. Dolorosamente cotidianos, en clave de barrio porteño. De Buenos Aires de televisión 2008.
La cotidianeidad del mal parafraseando a Hannah Arendt. La sinrazón de la razón. Y el dolor que no cesa. En la planta escénica, en las gradas, en ese televisor, en esas notas musicales de un Claudio heredero del dolor, en ese espectador que se movía incómodo a mi lado durante la puesta y en el recuerdo de Berek Frydman. Hombre. Víctima. Y sin dudas, no es el protagonista de tantos programas de televisión estupidizantes y falsarios del pasado, pretensos de serios y comprometidos. Por el contrario: fue un verdadero “Hombre de la Historia”.
Juan Lucas Tossard, para LRN
* 103.430 Es el número que recuerda Berek de su paso por el Campo de Concentración de Matthausen.
Con NICOLÁS MATEO, HÉCTOR SEGURA y WALTER ROSENZWITAsesoramiento historico literario : Claudio FrydmanDiseño lumínico : Cristina LahetEscenografía y vestuario: Alejandro MateoFotografía: Paloma AballoneAsistencia de dirección: Cinthia ChomskiAsistencia técnica: Pamela Vargas MillaPrensa: Caro AlfonsoDRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: ALEJANDRO MATEOSábados - 21.00 ESPACIO TBK Trelles 2033 - 1ro - 4586.2971 - Paternal(Entre Camarones y San Blas)Imprescindible hacer reservas por las características de la sala.La función comienza a horario